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Clan Lobo Gélido de los Reinos de Los Errantes/Tyrande/Colinas Pardas
 
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 Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"

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Selah Sangrefiera

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MensajeTema: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:26 am

Ante todo, me temo que no soy muy buena con el lore, así que os pido disculpas por adelantado por cualquier posible fallo garrafal que podáis encontrar en este relato.
Agradeceré muchísimo que me señaláis cualquier error que localicéis. Y las críticas son bienvenidas, ¡que quede claro! Jejeje.

Con muchísimo cariño.
- Selah.

PD. Os llevará como media hora leer el relato entero. Lo pondré en los siguientes posts porque no me cabe en un único post.
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Selah Sangrefiera

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MensajeTema: Re: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:27 am


Re’thel: Imposible de seguir

Siempre he tenido la sensación de que las costumbres son algo intrínseco a la familia. O viceversa. Quizá sea la familia quien se suma a cualquier costumbre y la termina convirtiendo en una tradición. También puede que sea sólo una impresión mía, ya que la única costumbre que he conocido es la de pasear cada noche con mi prima Zillah.
No es una costumbre aburrida. A mí me gusta. Zillah fuma y habla acerca de salud porque por fin tiene el título de sanadora. También me critica porque con cada paseo engullo una bolsa entera de bolitas de chocolate de fabricación goblin, aunque es ella quien tiene tos de orco. Forma parte de nuestra pequeña tradición familiar, ella fuma, yo como, ella se queja y yo me río.
Una noche, Zillah tardó tanto en venir a buscarme a casa que abrí la bolsa de bolitas de chocolate tumbado en la cama creyendo que finalmente no vendría. Apareció en cuanto crujió el plástico del paquete y llamó a mi ventana.
Me pregunté si había esperado a que la bolsa estuviese abierta para interrumpirme.
        ¡Re’thel! ¡Tengo una noticia estupenda, colega! – rió. Parecía muy contenta. Recordé que ese día había ido a buscar trabajo a Durotar.
        Pensaba que no vendrías – salí al jardín trasero de la casa y me reuní con ella. Entre nosotros solemos hablar en nuestra lengua materna, el idioma trol. Comenzamos a andar sin habérnoslo propuesto, siguiendo uno de nuestros caminos preferidos entre los abundantes pantanos.
        ¿No te parece que el Marjal está excepcionalmente bonito hoy? – Zillah estaba en éxtasis.
Yo estaba pendiente de que el chocolate no se me derritiese.
        Relájate.
        ¡He encontrado trabajo! – dio varios grititos entusiastas.
        Eso ya me lo suponía – repliqué pragmático. Estaba impaciente por masticar la primera bolita de chocolate. Cogí una y me la llevé a la boca, pero Zillah me detuvo. Quería cerciorarse de que la estaba escuchando.
        Ya, ya, pero lo que no sabes… ¡Es de qué! – sujetaba mi mano, y yo tenía la boca abierta a la espera del dulce – ¡Voy a ser instructora de primeros auxilios! Daré clase a los aprendices de Cerrotajo.
        Eso es estupendo – mi prima no me soltó el brazo, así que traté de abrazarla para rodearla y comerme una bolita disimuladamente mientras le palmeaba la espalda.
Tenía tal antojo de chocolate que se me pasó por la cabeza la idea de volcarme la bolsa entera en la boca y comérmelas todas de una sola vez.
Malditos goblins. Ellos sí que saben crear cosas adictivas. Ahora que lo pienso… Tal vez sea la clave de su negocio.
        Madre mía… Re’thel, por fin ha ocurrido… Soy una experta, una curandera reconocida a nivel mundial – en pleno delirio de grandeza, Zillah alzó los brazos y tiró la bolita que me intentaba comer. Salí corriendo tras el chocolate, que rodó hasta unos arbustos. Metí la mano entre las plantas y rebusqué.
Di con algo que no pude identificar. Lo ignoré y seguí buscando, adentrándome más en los matorrales.
        ¿Qué ha sido eso? – preguntó Zillah. Su tono había cambiado por completo. Tiene buen oído, pero también es una megalómana exaltada y por eso no le hago demasiado caso cuando se pone excesivamente entusiasta.
        Yo qué sé, colega… – repliqué. Me metí hasta la cintura entre los arbustos y mi cabeza salió por el extremo opuesto. Me quedé  frente a una charca, donde encontré el cuerpo magullado de una muchacha joven. Del sobresalto se me cayó la bolsa y se derramaron las bolitas de chocolate por el suelo.
Seguí con la mirada a la chica. Sus piernas se adentraban en los arbustos. Ella era menuda, y su piel rosácea pertenecía probablemente una sin’dorei. Respiraba con violencia. Su estado era terrible. Su ropa estaba rota y ensangrentada, su pelo lleno de greñas le ocultaba la cara, y su piel estaba erizada a pesar de que la temperatura era cálida y húmeda por todo el Marjal.
        ¡Oh…! – Zillah chilló al dar con ella. La joven herida se giró hacia nosotros. Alzó las manos y las apoyó en el suelo como si tratase de acercarse.
Tras unos instantes de suspense, agachó la cabeza y su melena oscura se deslizó sobre sus hombros hasta tocar el suelo.
        Pero, ¿qué…? – me incliné a su lado y cogí su mano. Ella levantó la cabeza, pero no me miró. Tenía la cara oculta bajo el pelo.
Había sacado las piernas de entre las plantas. Las tenía llenas de heridas, como si se hubiese arrastrado por el suelo.
        ¿Qué t’ha pasa’o? ¿’ómo has acaba’o aquí? ¿ehtás bie’? ¿’ónde te duele? Mejoh rehpo’de prime’o a eso… ¿’ónde…? Ohhh – Zillah habló en orco a la joven al tiempo que sacaba un montón de vendajes de su faltriquera. Procedió a examinar a la chica.
        N-no te molestes.
        ¿Cómo ‘ices? – preguntó mi prima.
        Marchaos. Dejadme sola – insistió la muchacha.
        Como quierah – decidí continuar con la búsqueda de mi chocolate, pero cuando me levanté, percibí que su diminuta mano de cinco dedos luchaba para no soltarme.
Me agaché de nuevo junto a ella. Aparté el pelo de su cara y descubrí un rostro lleno de lágrimas y de pequeñas heridas mirándome con los ojos azules más tristes y asustados que había visto jamás.
Volví a quedarme con la boca abierta, pero esta vez de la impresión.
        ¿Qué t’han hecho? – le pregunté con un susurro ronco. La respuesta de la desconocida fue un leve apretón en mi mano.
Aunque su boca hubiese solicitado que nos marchásemos, sus manos trataban de agarrarme como si no tuviesen nada más a lo que aferrarse. Sentí que aquella criatura dependía de mí.
        ¿Qué vas a hacer? – preguntó Zillah en nuestra lengua. La muchacha se aferró a la tela de mi ropa con sus pequeñas manos frías.
Ni siquiera sabía cómo era su cara porque aun no la había podido ver en condiciones.
        Necesita atención médica – dictaminé.
        ¿Pretendes llevarla ahora hasta los Baldíos? ¿O a Orgrimmar?
        Durotar está demasiado lejos… Y en los Baldíos no tengo ni idea de si hay hospitales. ¿Los hay? – dejarla en un hospital sería bueno.
        No sé cómo va a llegar… Fíjate en su tobillo, lo tiene roto. Creo que lo que he oído antes ha sido su grito cuando le has agarrado el pie – señaló.
        ¿Sugieres que la dejemos aquí?
        Creía que era lo que ibas a hacer… – repuso.
        No puedo – un gemido surgió bajo la melena de la chica y pude sentir que una lágrima salpicaba mi cuello.
        Yo ta’poco… He jura’o cuidah ‘e la ge’te que ehté heri’a y enfe’ma – añadió de nuevo en orco para que la muchacha la entendiese – ‘amoh a llevahla a tu casa. E’ lo que hay máh cehca. Veré qué pue’o hace’. Mañana podremoh lleva’la a un ho’pital si se encue’tra con fue’zas. De lo co’trario, llamaremoh a un médico brujo pa’a que venga a vehla.
        No… No… – la muchacha se revolvió y trató de negarse.
        Shhh… – acaricié su cabeza – tranquila, colega. Vah a cura’te. Zillah es una curandera ehpléndida, conoci’a por to’o Azero’h – no sé si lo dije para burlarme de mi prima o si realmente pretendía consolar a la muchacha.
Rompió a llorar.
Imagino que no tenía ni idea de quién era Zillah.
        Ehtá completame’te agota’a – mi prima parecía asustada.
        Mañana noh dirá qué l’ha ocurri’o.
No estábamos demasiado lejos de mi casa. Por fortuna, vivo en pleno Marjal y no tengo vecinos curiosos ni ruido alrededor. Sólo paz.
        ¿Sabes qué es lo más raro de todo esto? – preguntó Zillah en un susurro.
        ¿Qué?
        Que no has comido hoy nada de chocolate.
        Me he tomado una bolsa entera antes de que llegaras – era mentira, pero quise que Zillah cerrase la boca.
No deseaba charlar en lo que quedaba de paseo.
Cuando llegué a casa, Zillah abrió la puerta y me devolvió una mirada confusa cuando no supe dónde dejar a la muchacha.
        Al sofá – sentenció. Aunque era un trasto de origen humano, resultaba de lo más cómodo.
        Bie’… – no lo vi claro. A veces duermo ahí y sudo bastante, así que olía a sudor sí o sí. Por otra parte, ella estaba llena de barro, fango, sangre y a saber qué más. No notaría el mal olor.
        Déjame en el suelo – pidió con un hilo de voz.
        Ehta chica e’ mu’ rara – murmuré. Le hice caso y la tumbé en el suelo. Metí un cojín bajo su cuello y le aparté el pelo de la cara.
Bajo la luz artificial de mi modesto salón, contemplé su rostro por primera vez. Me pareció que debía de ser guapa entre los de su raza, aunque sólo era una suposición. Piel rosácea tirando a pálida, los ojos  almendrados… No me recordaba a las elfas de la sangre normales, aunque no habría sabido decir por qué.
        ¿Quié’ ereh? – le pregunté susurrando. Zillah había ido a por un botiquín en condiciones.
        Annecy – me respondió.
        No suena éhfico – observé.
        No soy una elfa – tosió. El pelo se le volvió a echar en la cara y yo se lo aparté. Lo tenía muy sucio, y de un color oscuro indefinido.
        Ah. Po’ eso no te veía lah o’ejas.
        No hace falta que te molestes… Me voy a ir.
        Si no queríah que t’ayudase, ¿po’ qué no m’has solta’o la mano? – ella rompió a llorar de nuevo y tuve que apartar la vista. Imaginé que no le resultaría agradable que contemplase su llanto. – No podráh ir a ningú’ la’o con e’ tobillo roto. Deha que mi prima te cure.
        ¡Ya ‘engo to’o lo que nece’ito! – dijo Zillah a gritos. La joven se sobresaltó con el entusiasmado grito de mi prima.
Observé que tenía la mirada perdida.
Era muy rara.
        ¿Ereh humana? – le pregunté.
        Sí.
        ¡¡¡¿¿Qué??!!! – Zillah retrocedió.
        ¿Qué te pasa, colega? – le pregunté con calma.
        ¡Es una humana! ¡De la alianza! – chilló.
        ¿Y qué? Ehtá hecha mie’da, ¿te da mie’o?
        No… Supo’go que no… – gruñó – He jura’o que…
        Reláhate. Co’ta el rollo y mírale e’ pie.
        … Me preocupa’ más suh heri’as. El fango ehtá lleno de ba’terias… ¿M’ayudas a subihla a’ baño? Hay que limpia’la cuanto anteh.
        C’aro.
Cogí a Annecy en brazos una vez más y subí las escaleras hacia el baño. Una de las grandes ventajas de haberme instalado en una casa hecha por humanos es que no hay que ir al río más cercano para lavarse. Quizá en las Islas del Eco habría despreciado el baño humano, pero en el Marjal casi había llegado a acostumbrarme.
Esperé fuera para que Zillah se encargase de la joven.
Bajé las escaleras de un salto y me lancé como loco hacia la despensa de la cocina donde guardo el chocolate. Comencé a engullir una bolsa lleno de ansia.
Annecy… Una humana perdida en el Marjal Revolcafango con aspecto de haber sufrido una terrible paliza. Y sin ganas de luchar.
        “No te molehtes”, “dé’ame aquí”, “po’me en e’ suelo” – repetí.
Qué derrotista sonaba.
Arrugué el envoltorio vacío de las bolitas y lo tiré a la basura. Luego fui al salón y puse una manta sobre el sofá.

Me di por satisfecho. Tampoco tenía por qué ocultar mi olor, al fin y al cabo la casa era mía.


Última edición por Selah Sangrefiera el Jue Jun 19, 2014 2:57 am, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:31 am

Me di por satisfecho. Tampoco tenía por qué ocultar mi olor, al fin y al cabo la casa era mía.
        ¡Re’thel…! – gritó Zillah. Subí rápidamente a la segunda planta y la encontré con medio rostro fuera de la puerta del baño – T’ae ropa. No le quiero poneh na’a ‘e lo que llevaba… Ehtá to’o hecho trizah.
        ¿Le  quie’es poneh mi ropa a una dehconoci’a?
        ¿Po’ qué no? Has insisti’o tú en traehla – era mentira. Ella había dicho que la trajésemos a mi casa. Pero ya estaba delirando otra vez.
        Ehtá bien… – Volví al cabo de un rato con unos pantalones cortos y con una camiseta gris que tenía dibujada una escalera real de tréboles.
        Tiene toda la espalda llena de heridas… Creo que hechas con un látigo – señaló Zillah en voz muy baja, en nuestra lengua, mientras recogía la ropa – Gracias.
        ¿De verdad?
        No suelta prenda… – miró la camiseta y se echó a reír. No sé si por su juego de palabras o si porque sabía que era una camiseta que no me gustaba. La había encontrado en la casa al adquirirla. – Me gustaría saber qué le ha pasado. Tiene el tobillo fracturado, un montón de heridas pequeñas en el rostro, las piernas destrozadas y la ropa hecha jirones. Le he encontrado moratones por todas partes… Es como si un grupo grande le hubiese dado una paliza y nadie la hubiese querido ayudar ni socorrer – agregó preocupada.
        Tal vez no sea asunto… nuestro – iba a decirle que no era asunto suyo, pero no supe por qué me excluía a mí mismo.
        No entiendo cómo puedes ser tan pasota…
        Soy un trol tranquilo – repliqué.
        ¡Tranquila soy yo, que soy sanadora! Tú eres un guerrero y cualquiera diría que no tienes sangre en las venas con esa actitud.
        Mejor sigue atendiéndola – le cerré la puerta y volví a bajar a la primera planta.
Entré en mi habitación sin pararme a pensar en qué estaba haciendo. Me descubrí examinando mi espada.
Comprendí que quienquiera que hubiese atacado a Annecy, seguramente querría rematar la tarea. Sus heridas eran tremendas, hechas con saña. Iban a buscarla.
Al traerla a mi casa me había puesto en peligro. Iba a ser mejor que no soltase mis armas.
Zillah no tardó demasiado en volver. Annecy caminaba con pasos inseguros tras ella. La había sanado por completo. Le había lavado la cara y ahora tenía un saludable rubor en las mejillas. Sus tristes ojos azules seguían llenos de dolor, como si aun sintiese las heridas. Imaginé que estaba traumatizada por la experiencia.
Descubrí que su pelo era castaño, un tono claro impensable entre los de mi especie pero común entre los de piel rosácea.
Le miré los pechos, casi no abultaban bajo la camiseta de cartas. Era agradable a la vista, pero no tenía demasiado atractivo. Obviamente, las trols son muchísimo mejores. Son exuberantes y llamativas, llenas de alegría y sensualidad. Aquella muchacha, en cambio, llevaba la pena grabada casi a fuego… Y prácticamente no tenía curvas.
        Me enca’ta su colo’ de pelo… L’ha queda’o precioso, ¿verdah? – indicó Zillah. No le hice demasiado caso. Tenía el mismo tono de voz que ponía cuando deliraba – ¡te’go un guhto e’tupendo! No eh como nosotra’ nos peinamos, claro, pero he vi’to muchas e’fas que se ondula’ así las puntas del pelo y… Fíjate, ehtá pe’fecta, ¿ve’dad? – mi prima consideraba que le correspondía a ella el mérito de que Annecy tuviese un bonito color de pelo.
Pasen y vean la vida a través de los ojos de una megalómana.
Miré con desconfianza hacia la ventana y decidí cerrarla y correr las cortinas. Zillah siguió hablando acerca de la moda entre las razas de piel rosácea.
        ¿Pue’o preguntahte qué te ha pasa’o? – interrumpí.
        Me temo que no puedo explicarlo, no soy capaz – su voz era grave. Eso me agradó mucho. De alguien a quien has visto llorar esperas una voz aguda y nasal.
        Supo’go que estáh confusa… – Zillah invitó a la muchacha a sentarse en el sofá. Ella obedeció.
        No, no es confusión – sacudió la cabeza. Su pelo brilló – Es que no tengo fuerzas suficientes como para explicarme.
        Oh… – Zillah pareció no haber entendido aquello.
        Ac’árame una cosa.
        Claro.
        ¿Corremohs peligro? ¿a’guien te ehtá buhcando o te pe’siguen?
        En absoluto. Estoy muy lejos de mi hogar, créeme. Nadie sabe de mi existencia aquí – me relajé, pero decidí no desarmarme.
        ¿De ‘ónde ereh? – preguntó Zillah.
        He crecido en Ventormenta.
        ¿Cómo ha’ llega’o aquí? – inquirí.
        En barco.
        Supo’go que tie’e senti’o – me encogí de hombros y me dirigí hacia la puerta de mi habitación – buenas noches.
        Pero… ¿Poh qué te va’? ¡No me ‘ejes aquí! ¿’ónde voy a do’mir? – me pregunté si Zillah realmente no recordaba dónde estaba la habitación de invitados. Me asomé y señalé el lugar.
        ‘onde due’mes ca’a veh que volvemoh tarde de pasea’… – Miré a Annecy – ¿te molehta tene’ que conforma’te con un… eh… sofá?
        ¡No, no! Para nada – respondió rápidamente – No hay ningún problema.
        M’alegro.
Me metí de nuevo en mi cama y me eché a dormir.
Tardé un rato largo en conciliar el sueño. Escuché a Zillah dar vueltas por la casa como loca. Luego me llegó el olor del tabaco y supe que estaba fumando de nuevo en el interior de la casa, cosa que ya le había dicho un millón de veces que estaba prohibida.
Reflexioné sobre los acontecimientos de las últimas horas. Annecy, ¿por qué la había traído a mi casa? Admito que me había compadecido de ella y de sus tristes ojos azules, pero después había comenzado a desconfiar y a intuir que algo malo se acercaba.
Tal vez estaba sacando las cosas de quicio… Pero el hecho de que Annecy fuese humana me hacía desconfiar un poco. ¿Y si se presentaban a lo largo de la noche un montón de humanos, conocedores de la situación en la zona gracias a los informes de Annecy, y nos invadían y mataban a sangre fría con las instrucciones de la muchacha?
Estaba exagerando.
Me dormí mientras desvariaba, sin tener claro aun qué opinaba de Annecy.
A la mañana siguiente, Zillah me despertó. Me dijo que tenía que irse a trabajar. Antes trabajaba en un centro en el que cuidaban a héroes ancianos retirados, ya fuesen chamanes, curanderos o simples estrategas de guerra. Unos años antes se marchaba a estudiar. De niños no éramos demasiado amigos, sólo nos conocíamos de vista. Pero cuando nos mudamos con la abuela empecé a hablar con Zillah y descubrí que mi prima, aunque megalómana, era una persona estupenda. Dejamos de ser primos para ser hermanos.
Tal vez lo que más nos unió fue el hecho de que yo me preparaba para ser un guerrero y volvía a casa siempre con heridas, y ella, por su parte, quería ser sanadora.  Así Zillah terminó siendo la más avanzada y experimentada de su clase, y yo siempre estaba en forma para progresar como guerrero sin tener que preocuparme por mis heridas.
Me dormí de nuevo pensando en mi prima y en todo el bien que había hecho en mi vida. No sé cómo son otras familias, pero la mía es perfecta, estoy seguro.
Desperté una hora más tarde. Había dormido bastante y no tenía trabajo para ese día. Lo malo de trabajar por tu cuenta es que a veces pasan muchos días sin que el dinero haga acto de presencia.
Me rasqué la cabeza y luego me rasqué el resto del cuerpo. Me levanté de la cama entré en el baño humano. No cerré la puerta. Hice pis y miré mi pelo. Tener instalaciones humanas no supone peinarse como un humano. Mi trenza estaba bien. Una idea despertó en mi mente. Tuve la sensación de estar olvidando algo…
Me lavé la cara con agua fría para terminar de espabilarme y me metí en la cocina para tomar un cuenco de avena.
        Esto… – ¿Zillah? Me giré. Una muchacha llevaba puesta mi camiseta de la baraja de cartas. Aunque, ¿realmente era mía esa camiseta? Bueno, podía quedársela.
        ¿Y tú quién ereh?
        Eh… Annecy – la chica frunció el ceño y habló muy despacio.
        Ah. Vale – miré mi desayuno – ¿tieneh hambre?
        No sabes quién soy – susurró.
        No.
        Será mejor que me vaya – parecía descolocada, sin saber muy bien qué hacer ni qué decir. Yo tampoco lo tenía demasiado claro… Por eso seguí comiendo.
        Vue’ve a visitahme cuando t’apetezca – repliqué con amabilidad. Era un comentario neutro y amable. Si aquella joven de piel rosácea estaba en mi casa, entonces tenía que caerme bien, o eso supuse.
        ¿No lo recuerdas de verdad? – se metió en la cocina con pasos lentos. Yo estaba pendiente de pescar los últimos copos de avena del bol con la cucharilla.
        No t’entiendo, acababah de deci’ que te ibas – la miré. Recordé todo cuando mis ojos se toparon con los suyos, azules, ateridos de frío y repletos de miedo.
        Anoche…
        Sí, sí, ehtabas llena de heri’as y mi prima t’ayudó.
        Y tú me ofreciste cobijo.
        Creo que’so fue cosa ‘e mi prima tambié’. Yo suelo que’arme quieto y e’ mundo gira a mi a’rededor. Rara veh meto baza.
        Supongo que a mí me ocurre algo parecido – suspiró.
        ¿Poh qué lo ‘ices?
        Yo procuro estar tranquila, pero… La gente pide, da, exige. Todo se convierte en un torbellino sin control, ¿no?
        No sé de qué m’hablas – me levanté y regué el cuenco con agua. Zillah había manchado una sartén mediana, tres cuchillos, un tenedor y un plato para tomarse un par de tostadas. Eso sí, no había usado taza ni vaso, había bebido a morro de mi cartón de leche.
Fruncí el ceño mirando los cuchillos. Uno era para untar mantequilla, otro para cortar la tostada y comerla… Aunque Zillah podía haber utilizado perfectamente el mismo para untar y comer. El tercero… ¿Para qué demonios usaba siempre un tercer cuchillo? Todos los días igual… Y nunca limpiaba antes de irse.
        ¿Hay algún pueblo por aquí cerca? – me preguntó Annecy tras haber mirado por la ventana.
        Creo que unoh cien kilómetro’ al no’te hay un campame’to orco. O tal veh era de ogros… No m’acuerdo.
        ¿Te ayudo?
        ¿Po’ qué? No has comi’o na’a – respondí. Qué ofrecimiento tan raro.
        De acuerdo. ¿No hay nada más cerca?
        Creo que una pa’eja, o unos amigoh, o lo que sea… Viven e’ una casa pareci’a a ehta por ahí – señalé hacia el exterior.
        Entonces, esta zona no es concurrida – dedujo.
        Exa’to. Es to’o paz y a’monía… No como tú, ¿cómo eh posible que haya’ acaba’o ‘onde acabahte?
        Vine en barco.
        ¿El ba’co echó el ancla en el pa’tano?
        No, en el muelle.
        Dah unas ehplicaciones ba’tante confusas – me rasqué la cabeza. Es curioso, cuando empiezas a rascarte, te acaba picando todo el cuerpo.
        Será mejor que me vaya de una vez.
        Ehpera, Annecy… – me acerqué a ella con ojos suplicantes – poh favor, rá’came la e’palda… No llego, y me pica mucho.
        ¿Eh? Bueno, claro, qué menos.
 
Esa noche Zillah volvió de trabajar muy airada. Dimos un breve paseo y me relató su primer día como profesora. Al parecer sus alumnos no tenían ni la más remota idea de cómo practicar los primeros auxilios, ni tan siquiera poner una tirita. Eso la había llevado a la desesperación. Conociendo su modo de pensar, Zillah debía de considerar la falta de habilidad de sus alumnos como un fracaso personal.
La escuché y le hice compañía, le presté mis cerillas para que encendiese sus cigarros y luego volví a mi casa. Ella se fue a la suya.
Unas veces se quedaba a pasar la noche, y otras se iba. Dependía de su humor.
Al día siguiente me tuve que encargar de un grupo de ogros que había tomado por la fuerza la caverna de la que se extraía el metal necesario para abastecer las defensas de Orgrimmar. Era un asunto importante, aunque fue fácil. Me llevó un par de días solucionarlo. Eso se considera rápido en mi profesión. Me dieron bastante oro, así que me puse muy contento.
Lo primero que hice cuando tuve el dinero en mis manos fue comprarme una tableta importada de chocolate con leche, y luego me fui a casa.
Tardé varios días en habituarme al nuevo horario de Zillah. Ahora venía a pasear mucho más tarde, y también se iba pronto porque estaba cansada de trabajar. Por esa razón, al cabo de un par de semanas, le propuse que paseásemos antes de comer. Así podría irse luego a trabajar con calma y por las noches no tendría que venir corriendo a mi casa para verme durante unos pocos minutos.

Zillah no es dada a escuchar, pero por una vez me hizo caso.
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Selah Sangrefiera

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MensajeTema: Re: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:33 am

Zillah no es dada a escuchar, pero por una vez me hizo caso.
Pasear durante el día tenía un inconveniente; el chocolate se derretía con el calor. Continué mi costumbre de comerlo por la noche.
        Me gusta pasear por el día, podemos ver el Marjal lleno de vida – comentó sonriente. Sujetaba un cigarro encendido en la mano.
        No se puede decir que el Marjal tenga demasiada vida – repliqué.
        Oh, venga ya, todo está vivo. El agua, las plantas, el viento…
        Los árboles muertos – añadí.
        Sí… ¡No! ¿Cómo van a estar vivos los árboles muertos?
        ¿Qué es eso?
        ¡No cambies de tema!
        Mira, en serio, sale humo de ahí – Zillah miró hacia la zona boscosa que le señalé. Yo decía la verdad, salía humo.
        No huele a quemado – comentó preocupada.
        ¿Echamos un vistazo?
        Sí, tu casa está cerca. Si hay un incendio podrías quedarte sin hogar, y no veo yo muy claro el que la abuela te vuelva a acoger.
        Vaya, gracias.
        Yo siempre me preocupo por ti – me sonrió. Su sonrisa era vanidosa pero tan absurda que solía enternecerme.
        He hablado con sarcasmo.
        Re’thel, eres muy poco expresivo. El sarcasmo tiene que lanzarse con más obviedad, si no es imposible que…
        ¿Vamos o no vamos?
        Sí, sí.
Atravesamos la fina línea entre dos pequeñas charcas y salimos a una zona despejada. Un grupo de obreros estaba preparándose para comenzar su jornada de trabajo. Edificaban algo que sólo tenía marcado el perímetro por el momento. El humo no era humo, sólo polvo que se levantaba con la maquinaria que utilizaban.
Zillah se acercó a un orco con barba.
        Pehdone, ¿qué e’ todo ehto?
        Una casa, trol, ¿es que no lo ves?
        ¿Ve’? A eso me refería con lo del sa’cahmo – dijo para mí. Luego se giró hacia el orco y continuó su conversación – no me sea te’co, por favo’. ¿Eh una vivienda?
        ¡Eso le he dicho! – gruñó el orco.
        ‘ero no se ponga así – insistió Zillah.
        ¿Quiere algo o sólo va a hacerme perder el tiempo?
        Pueh… – se giró hacia mí y me murmuró al oído – Aprovecha – luego volvió al orco – ¿Me podría ‘ecir cuánto cohtaría anexiona’ un ehtablo a mi hoga’?
        Eso depende. ¿De qué tamaño lo quiere? ¿hacia dónde hay que orientarlo?
        Pueh grande, orienta’o hacia el no’te.
        Su salón da hacia el norte.
        No, hacia el noroehte.
        ¿Dice que quiere que su establo sólo esté unido a su casa por una esquina?
        ¡No! – me alejé tranquilamente – mi casa ehtá rodea’a d’agua, el ehtablo no podría e’tar uni’o.
        Oiga, ¿me está tomando el pelo?
        El e’tablo tiene que ehtar anexiona’o al salón pero dehde el suelo. Com’un sótano.
        ¿Cómo va a poner el establo bajo su casa? Cualquier animal necesita luz, y, además, construir bajo una casa ya edificada es peligroso. Hay tuberías, cables…
        Vale, ‘ale. Supo’go que uhted no es capa’ de hace’lo. No tie’e ganah de trabaja’, ni de gana’ dinero…
        No, no, espere…
Zillah tiene un gran talento para conseguir que las personas le sigan la corriente. Y discutir con ella es imposible. Acaba dejando tus funciones neuronales fuera de juego.
Cotilleé unos planos y descubrí que era una modesta casa de una sola planta.
Había un montón de obreros. Todos parecían fuertes y capaces, todos orcos.
        No esperaba verte por aquí – una voz sonó a mi espalda. Al girarme encontré a una chica de pelo castaño y piel rosácea.
Era menuda, y llevaba una camiseta de tirantes escotada. Tenía los pechos pequeñitos.
        ¿Noh conocemo’? – era difícil asegurarlo sin mirar su cara, pero las camisetas con escote tienen un efecto magnético. Incluso en un cuerpo menudo de carne rosa.
        ¿Qué? ¡Soy Annecy! ¡Tú me hablaste de esta zona! Por eso me estoy construyendo una casa aquí.
        Ah.
        Pero, ¿no te acuerdas? ¿… de nuevo? – su voz sonó tan histérica que tuve que mirarla. Los ojos azules de criatura aterrorizada eran inolvidables.
        ¿No tenía’ casa?
        Sí.
        Entonceh, ¿po’ qué te construyeh ot’a?
        Ya no quiero vivir allí.
        Bueno, pueh… Bienveni’a.
        Gracias.
        Oiga – el orco me llamó –  ¿esta señora está en sus cabales?
        No lo sé – respondí – ¿lo ehtás?
        ¡C’aro que lo e’toy! – chilló Zillah – ¡Hah perdi’o una venta!
        Pero…
        ‘ámonos, Re’thel – mi prima tiró de mí y dimos por finalizado el paseo cuando terminé de explicarle que Annecy se había mudado al Marjal tras escuchar unas recomendaciones que yo no recordaba haberle hecho.
Llegué a casa a la hora de comer, y Zillah se marchó rápidamente a trabajar.
Me desconcertaba que hubiese una humana viviendo en la zona. Seguía preguntándome si no era algún tipo de complot.
Me asaltó otra duda.
Si la casa no era más que una zona con piquetas clavadas en el suelo, ¿dónde estaba viviendo Annecy? Llevaba en el Marjal aproximadamente dos semanas.
No podía haber estado durmiendo en el bosque todo ese tiempo. Por fuerza, esa muchacha humana había estado en contacto con su gente.
Mmm… ¿Dónde dormía?
Tenía tantas preguntas y recelos que decidí acercarme a cotillear. Cogí una bolsa de bolitas de chocolate goblin y me fui hacia el futuro hogar de Annecy.
Me oculté tras un árbol grueso y escuché. Dudé de mi capacidad para camuflarme con el entorno ya que tengo la piel azul.
        Zug zug, la chimenea será lo primero en estar completamente terminado – escuché repentinamente que decía el orco a la humana.
Se habían acercado paseando hasta mí, y continuaban caminando despacio.
        Es importante que sea el centro de la casa. El comedor no tiene por qué ser espacioso, ni tampoco la habitación. Sólo me preocupa no pasar frío. El sótano es perfecto – me intenté asomar para ver si podía asociar las áreas marcadas con las estancias que mencionaba, y con el movimiento se me cayó una de las bolitas de chocolate. Me quedé muy quieto. Tal vez no la viesen.
        Sí, sí, si los planos ya están hechos, por eso no se preocupe, el arquitecto siguió todas sus indicaciones.
        Bien, y… ¿Qué es eso? – Annecy retrocedió un par de pasos cuando la bolita de chocolate cruzó rodando el suelo ante sus pies.
        Buenas – dije. Extendí la mano. Nadie me la estrechó porque llevaba la bolsa agarrada. Creo que el orco se preguntó si le estaba ofreciendo las bolitas. Las aparté cuando vi que iba a quitarme una. Eran mías.
Luego me miró a la cara y la expresión de su rostro cambió.
        ¡No! De eso nada, yo no voy a construir vuestro puñetero sótano – se alejó maldiciendo en voz alta.
        ¿Qué haces aquí? – me preguntó la humana. Cuanto más miraba sus ojos, más me conmovían… Tan desvalidos, tan azules.
        Come’ – repliqué llevándome una bolita de chocolate a la boca.
        Ah… Y, ¿por qué aquí? ¿dónde está Zillah?
        T’abajando.
        Ah.
Se hizo el silencio. Annecy me miró sin saber qué decir.
        Será mejor que vuelva a… – la humana señaló hacia el terreno de su espalda.
        Venía a invita’te a comeh a ti tambié’.
        No me gusta el chocolate.
        No, a comeh comi’a.
        ¿El chocolate no es comida? – me miró confusa.
        A come’ a mi casa. No sé po’ qué te resu’ta tan difícih comunica’te conmigo, he ehtudia’o el idioma dehde niño.
        No te entiendo.
        Yo ta’poco. Me obligó mi mad’e, pe’o resu’tó seh buena idea.
        Quiero decir que no entiendo tu invitación… Espera, ¿es una invitación?
        Sí, eh pa’a da’te la bienveni’a al Marjal. Ere’ la prime’a vecina que tengo que vive a menoh de me’ia hora ‘e mi casa.
        ¡Qué bien! – aunque no sonreía.
        ¿Vah a veni’?
        No me has dicho hora ni nada.
        Ve’te hoy a cena’ a la hora a la que t’apetehca.
        Bueno… Vale.
Me marché de su terreno. Cocinar se me da muy mal. Sólo sé preparar desayunos y algunas comidas, pero no sé hacer cenas.
¿Qué toma la gente normalmente para cenar? Yo sólo chocolate. O carne de raptor.
Decidí esperar a que viniese Zillah. A ella se le daba bien cocinar. O por lo menos es tan autoritaria que no permite que nada salga mal.
A media tarde recordé que Zillah estaba trabajando y que ya no venía a verme por las noches, así que tuve que dejar de ordenar mis papeles y corrí al huerto trasero para recoger tomates y hortalizas con los que preparar una ensalada.
Las ensaladas son fáciles. Se lava la verdura, se trocea, se aliña con aceite, sal o una salsa, y todo listo.
Mi timbre sonó cuando terminé de colocar pan con especias en la mesa.
La presentación era sosa con ganas. Pero por una vez había puesto mantel y no se podía ver toda la mugre reseca que tenía mi mesa.
Un día de estos tengo que limpiarla. De hecho, debería hacer limpieza general por todo el salón. En realidad da igual.
        Hola – saludó Annecy.
        Aun e’ de día. ¿Loh humano’ cenáis ‘e día? – pregunté.
        Son las siete… Me dijiste que viniera cuando me apeteciese y pensé que era una buena hora.
        No he ‘icho lo cont’ario – me aparté – pasa, po’ favoh.
        Me temo que la primera vez que estuve aquí no pude decirte lo… acogedor que es tu hogar. Me gusta – creo que fue un comentario forzado.
        ¿Sí? A mí me pa’ece un desaht’e.
        Eso hace que sea más… acogedor – las pausas que hacía antes de utilizar la palabra “acogedor” me daban a entender que no sabía cómo calificar mi casa.
        Eh un desa’tre. Y yo soy vago y deja’o. Sie’pre lo ‘ijo mi abuela – recordé lo que había dicho Zillah recientemente acerca de que seguramente la abuela no me dejaría volver a vivir con ella.
        Vaya… – Annecy estaba incómoda. Mi presencia, mi casa, todo en general parecía aumentar ese sentimiento.
        ¿A qué te de’icah?
        Por ahora a construir una casa.
        Yo a prepara’ cenah pa’a los nuevo’ vecinoh.
        ¿Hay muchos?
        Sólo tú.
        Ah… – de nuevo se hizo el silencio.
        Soy un guerrero, colega. T’ato d’ayudah a la ge’te que vive por e’ta zona. Me cont’atan pa’a acaba’ con plagah, pa’a mata’ a behtias feroceh y cosa’ po’ el ehtilo. Rara ve’ me salen cosa’ dignas de me’ción.
        Yo estudié economía. Iba a montar un mercado en Ventormenta.
        Suena aburri’o.
        Nunca he tenido tiempo para aburrirme – respondió ella con un suspiro. Sus ojos irradiaron tanto miedo que sentí la tentación de ofrecerle los taquitos de verdura de la ensalada como si fuese un pequeño mamífero.
        Eso suena aburri’o y ademáh e’tresante.
        Ser guerrero tampoco es que suene demasiado interesante. Dar palos por ahí en vez de pararte a pensar qué haces con tu vida…
        ¡Qué va! Me paga’ bie’ po’ hacer lo que me guhta, y me sobra tie’po pa’a come’ chocolate en taparraboh, cuida’ el hue’to que plantó mi abuela y pase’ con mi p’ima.
        ¿No haces ejercicio ni entrenas?
        Sí, pe’o no mucho. Mi cue’po es fuehte y ágil po’ natura’eza.
        La verdad es que no sé prácticamente nada de los trols.
        Ni yo. Yo sólo sé sob’e mí.
        Tienes razón. Yo tampoco sé nada sobre el resto de humanos… Absolutamente nada – imaginé que el comentario tenía un significado especial para ella, pero no se lo pregunté porque sonaba tan aburrido como sus estudios de economía.
        Re’thel – dijo Annecy.
        ‘ime.
        ¿Por qué me has invitado a cenar?
        Po’ a’cidente.
        ¿¡Qué!?
        Eh que tu hi’toria eh mu’ rara. Dime, ¿’ónde due’mes?
        En el bosque, rodeada de animales pequeños y suaves, y con una espléndida tienda de campaña.
        ¿Po’ qué t’has i’o de Vento’menta?
        ¿No has visto mis heridas?
        Máh o meno’.
        ¡Hablar contigo es exasperante! – se lamentó.
        ¿T’apetece cena’? – le mostré la mesa extendiendo mi brazo. Me miró como si esperase que le dijera que estaba de broma.
Sacudió la cabeza.
        ¿Qué has preparado?
        Le he pue’to el mante’ y he limpia’o lah silla’.
        Me refería… Me refería a la comida.
        ‘ira – le mostré orgulloso el gran bol de ensalada ya aliñada. Luego destapé un bol pequeño lleno hasta arriba de…
        ¿¡Son las bolitas de chocolate que tenías en el pantano!?
        Sí. ‘ueno, no. E’tas no s’han caí’o al suelo.
        ¿Pero…?
        Eh lo que suelo cena’. Pe’o haré una exce’ción po’que me ha lleva’o mucho tie’po lavah la lechuga y t’oceahla pa’a que fuese fáci’ de digeri’. A loh humano’ os cuehta digeri’la, ¿no?
        Creo que las ensaladas son muy sanas.
        Pe’o los conejoh y otroh pequeños mamífe’os a’macenan loh hie’bajos en el si’tema digesti’o, ¿m’equivoco?
        ¿Es que tú no eres un mamífero? ¿naciste de un huevo?
        ¡A’da! Podría habe’le añadi’o huevo coci’o… Pero ya da igua’. P’uébala y dime qué te pa’ece.
        Está bien.

Annecy se sirvió ensalada en un plato a parte y la probó. Sonrió. Y, aun así, sus ojos siguieron estando llenos de esa expresión, de esa miseria.
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Selah Sangrefiera

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MensajeTema: Re: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:35 am

Annecy se sirvió ensalada en un plato a parte y la probó. Sonrió. Y, aun así, sus ojos siguieron estando llenos de esa expresión, de esa miseria.
        Me gusta la ensalada, está buenísima… Se nota que tienes un huerto. Normalmente sólo como tomates que han sido tratados con… Bueno, ya sabes, toxinas y eso.
        ¿Qué eh lo que te da mie’o?
        ¿¡Pero me has escuchado!?
        Poh encima de tu vo’ se e’cuchan loh grito’ de tus ojoh.
        Yo… Oh.
        M’alegro ‘e que te guhte. Los p’oductos naturaleh son los mejore’…
        No sabes cómo me está costando seguirte el ritmo – se lamentó la muchacha.
        ¿A qué te refiere’?
        Cambias de tema tan repentinamente que… No soy capaz de conversar contigo.
        Llevamoh hab’ando dehde que has entra’o po’ la pue’ta. Quizá anteh, po’que antes de entra’ has espera’o a que t’invitase.
        A eso me refiero – suspiró con exasperación.
        Ereh tú la que se contra’ice con loh ojo’ y la boca, y luego retoma’ conve’saciones que yo ya he da’o poh finaliza’as.
        ¿¡Pero qué te pasa con mis ojos!? – chilló.
        Son azule’. Me guhtan.
        Eh… – se relajó. Creo que esta vez estaba aturdida de verdad.
        ¿Qué eh lo que te tiene ta’ asusta’a? – pregunté de nuevo.
        Supongo que lo mismo que a todo el mundo. Esas cosas que pueden salir mal.
        O sea, que ereh una e’pía de Vento’menta.
        ¿¡Cómo dices!? – giró el rostro hacia mí tan rápido y con tal sorpresa que se golpeó con el tenedor en la barbilla y se dejó la cara llena de aceite y lechuga.
        ¿He acerta’o?
        No.
        Ah.
        Re’thel, ¿por qué me has invitado a cenar?
        Ya te lo he ‘icho. Por a’cidente. Pohque me gu’tan tus ojoh. Po’que creo que ere’ una ehpía. Po’que sí. Ereh nueva, me’eces una bienveni’a, ¿no?
        No puedo contigo – agachó la cabeza y miró fijamente el plato de ensalada.
        Yo siemp’e te rehpondo. ¿Poh qué no me rehponde’ tú a mí?
        ¿Por qué dices que mis ojos parecen asustados?
        No he ‘icho eso.
        Sí, lo has dicho.
        Yo he ‘icho que tuh ojos e’tán aterroriza’os, no que lo pa’ezcan. Mirah alrededo’ como si estuvieseh en un ca’po de minas y ca’a paso fuese una dolorosa ‘ecisión a vida o mue’te.
        ¿En serio?
        Sí. Pe’o pue’o equivocahme – me encogí de hombros y me llené la boca de chocolate. Nada como el chocolate con leche – Come. Se te va a enfria’.
        Es una ensalada.
        Entonceh se ca’entará.
        ¿Ves? ¿cómo se te ocurren esas cosas que dices? ¡Son absurdas!
        Mi abuela me ‘ecía siemp’e que comiese rápi’o porque la comi’a se enfriaba. Te lo he ‘icho poh cohtumbre. Quería se’ atento, familia’, ya sabeh, un buen anfitrión – comí más chocolate.
        Ah. Supongo que es comprensible… en cierto modo.
        ¿Ereh una ehpía?
        ¡No!
        Entonce’, ¿de ‘ónde has sali'o?
        De Ventormenta.
        ¿Y qué t’ocurrió? ¿cómo eh posib’e que acabase’ recibie’do una paliza de mue’te en el Marjal?
        No me han dado ninguna paliza… Es difícil de explicar.
        ¿Máh que hace’ una ensala’a?
        ¿Qué…? Oh, no me voy a molestar – murmuró – sí, más que hacer una ensalada.
        Entonceh tend’é que invita’te a comeh algo que me lleve máh t’abajo pa’a poder pedi’te que tú haga’ un ehfuerzo equiva’ente. Eh comp’ensible.
        Creo… Creo que esta vez sí que he entendido lo que has dicho – se sorprendió.
        Hab’o mu’ bieh tu idioma – repuse un poco ofendido.
        No, me refiero a que he seguido tu razonamiento. Me gusta, es algo noble que quieras poner de tu parte antes de pedirme a mí que haga lo mismo.
        ¿Quiereh yogu’?
        Claro.
Volví de la cocina con un yogur natural mezclado con mermelada de fresa casera hecha por mi abuela y un chorrito de sirope de chocolate.
        ¡Guau! – por una vez, los fríos ojos de cachorrito herido de Annecy mostraron un sentimiento diferente; gula.
Una gula desorbitada y lujuriosa.
        No sé cocina’, pero soy mu’ goloso – expliqué.
        Trae, trae – a Annecy se le escapó una risita. Hundió una cucharilla en el yogur y lo probó.
Fue evidente que le había encantado.
        Lah fresa’ no son míah, son ‘e mi abuela. Yo cu’tivo cosah sencillas po’que muchas vece’ m’olvido de rega’ el ja’dín. Las fresah requie’en muchos cuida’os, ¿sabeh? – Annecy no le prestaba atención a nada que no fuese el yogur – ¿te gu’ta?
        ¡Me encanta! – dejó de comer para sonreírme y cuando sus ojos dieron con los míos, se paralizó.
Noté un tic en su boca. Se mordió los labios.
Una lágrima silenciosa cruzó su mejilla. Se intentaba contener para no llorar.
        No te pongah así, te pue’o prepara’ otro – no suelo alterarme, pero admito que aquel repentino cambio de humor me resultó perturbador.
        No… Tranquilo – hacía grandes esfuerzos por no llorar.
Me levanté de la silla y me acerqué a ella. Le puse una mano en el hombro y le acerqué una servilleta.
        Creo que eh mejo’ que no pienseh en lo que quie’a que e’tés pensa’do.
        Lloro de alegría y de alivio – sollozó. Por suerte seguía conteniéndose, pero su voz sonaba aguda como una flauta – y también lloro al pensar en que puedo equivocarme.
        To’os nos equivocamoh – suspiré. En mi caso, meter una cría de dragón en la choza de la abuela y fingir que había sido un estornudo de Zillah lo que había quemado las máscaras tiki había sido una equivocación absoluta.
        Equivocarse duele – sollozó. Se apartó las mangas de los brazos y me los mostró.
Estaban llenos de nuevas heridas que no había tenido dos semanas atrás. Tenía moratones y cicatrices de todos los tamaños y formas.
Annecy estaba muy alterada, y aquello me afectaba. Sus ojos de criatura abrumada por el pánico me llevaron a acercarme a ella, volver a colocarle bien las mangas y abrazarla con piedad.
        No quie’o que hoy ehtés sola en el bo’que con eso’ animaleh suave’ – la empujé suavemente hasta mi habitación y la senté en la cama.
Annecy se giró, deshecha en lágrimas, y hundió el rostro en la almohada.
Le acaricié la cabeza.
No sabía qué hacer con ella. Había parecido buena idea acogerla al verla tan triste y dolida, pero ahora…
Mmm.
Le di un puñado de pañuelos.
        ¡Lo siento, lo siento! – me dijo mientras se restregaba la cara con los pañuelos de papel. Consiguió secarse los ojos y la nariz muy rápido.
Se le quedó la cara completamente roja.
        T’anquila. Dehcansa.
        ¡No! No te vayas… Quiero hablar contigo.
        ¿No ‘ecías que era imposib’e segui’me? – sonreí procurando sonar simpático. No quería que volviese a llorar.
Por suerte, acerté. La chica sonrió.
        Dime tonterías.
        ¿Cómo que to’terías? – fruncí el ceño – La mehmela’a ‘e mi abuela eh una cosa mu’ seria.
        ¿Por qué?
        ¿Po’ qué p’eguntas siempre el poh qué?
        A veces es más fácil aceptar las cosas si sabes el por qué.
        ¿Eso eh cie’to? – me extrañé.
        No.
        Ya me pa’ecía – Annecy se rió de nuevo. Menudos cambios de humor. Aun seguía con las mejillas arreboladas por el llanto y los lacrimales húmedos.
        ¿Dónde vive tu abuela? – me preguntó.
        En la ciuda’, ya sabeh, po’ ahí en Durota’.
        ¿La quieres mucho?
        Eh buena con Zillah.
        Contigo no – no era una pregunta.
        Eso e’.
        Por lo menos comparte su mermelada contigo.
        No. Zillah la trae a ehcondi’as.
        Suena mal.
        Le pilla de paso. T’abaja en Durotah, y le guhta veni’ a ve’me. Vive en el ca’pamento que hay al no’te, con o’cos y ogroh y demá’.
        No me refería a eso.
        ¿Poh qué t’ha hecho llora’ el yogu’?
        Es que… Hacía tiempo que nadie tenía un detalle tan amable conmigo. Y me he emocionado… Pero también he… bueno… he recordado lo raro que es que ocurran cosas buenas – ¿cómo podía tener los ojos tan dolidos? Eran como las puertas a un lago de fango que te arrastra agónicamente hacia el fondo.
        No sé po’ qué, pero me sie’to halaga’o. Y mi yogu’ también. Si hablase creo que te ‘aría lah gracias.
Annecy rompió a reír de nuevo.
Era rara.
        ¿Por qué no te llevas bien con tu abuela?
        Po’que tuvo que cria’me ella… – Annecy me miró inquisitiva – Mis padres murie’on. Unoh huma… Nue’tro ase’tamiento fue ataca’o y sob’evivimos mu’ pocos, sobre to’o niños. Mi abuela se vio obliga’a a acogehnos a Zillah y a mí.
        Lo siento mucho – a esas alturas de mi vida ya no necesitaba que me dieran el pésame, pero acepté la consideración de Annecy sin replicar nada. No merecía la pena – A mí también me tuvieron que adoptar – me dijo.
No respondí. Si no me contaba las cosas por iniciativa propia es que no estaba preparada para hablarlas. No quería verla llorar otra vez.
        Va sie’do hora de do’mir – comenté.
 “¿Qué hago?” me pregunté. “¿La saco de aquí o me voy a dormir al sofá? No quiero dormir en el sofá”.
Annecy se recostó en la cama y se quitó los zapatos empujándolos con los pies. Yo me limité a quedarme a su lado.
Era mi cama. Pero eran sus problemas.
Era mi casa. Pero en esos instantes formaba parte de su vida.
Era su dolor, pero… me importaba.
Tal vez fuese una espía. Tal vez acabase matándome. Lo pensaba, pero no lo creía realmente.
Así que me limité a quedarme ahí quieto.
Annecy no cerraba los ojos. Y yo tampoco.
        ¿No tie’es sueño?
        No.
        ¿En qué pie’sas?
        Me gustaría compensarte por todo lo que me has dado. Tu consideración, tu delicadeza y paciencia…
        Te’go en mi cama a una chica vu’nerable y solitaria que “me quie’e compensah”– alcé una ceja – No e’tiendo a qué te refie’es.
        Creo que seguramente no te importe y no te apetezca hablar de estupideces… Y sé que no nos conocemos de nada, que te has limitado a ser cortés. Pero también creo que debo darte una explicación de por qué estoy comportándome así cuando tú has sido tan atento conmigo.
        Ehtoy intriga’o – admití – lo e’toy dehde el día que te e’contré tira’a en el fango.
        ¿De verdad? ¿No te parezco una loca ni una pesada?
        ¿No te pa’ezco yo un acosado’ que ha i’o a acecha’te a tu propia casa y que ahora ehpera a que te due’mas pa’a abusah de ti?
        ¿¡De qué estás hablando!? – se revolvió asustada.
        Digo que ta’ vez sea lo que pa’ecemos, pero no e’ lo que somoh – repuse con paciencia. Annecy se echó a reír.
        Bueno – dijo cuando se le pasó la risa – ¿Por dónde empiezo? Viene de hace muchos años… Cuando era una niña.
        Ahí e’piezan siemp’e loh p’oblemas – corroboré. Me tumbé a su lado y me centré en escucharla.
        Tenía una amiga. Era una bruja.
        ¿Habla’ así ‘e tus amigoh?
        ¡No, no! Me refiero a que realmente tenía poderes de bruja.
        Habe’ empeza’o poh ahí – estiré la mano y saqué una bolsa de bolitas de chocolate de detrás del cabecero de la cama. Qué vicio…
        Ambas teníamos once años cuando murió mi madre. Llevaba un tiempo enferma y no se recuperó. Al mismo tiempo, la mascota de mi amiga, una cobaya a la que llevaba a todas partes, también murió.
        Sí que e’ casualida’.
        Yo estaba destrozada, había perdido a mi mamá. Y mi amiga también estaba hecha polvo porque quería mucho a aquel animal. Ambas lo pasábamos mal. Al cabo de unas semanas tuvimos una discusión.
        Un’ca h’entendi’o eso de que la gehte dihcuta con su’ amigoh.
        No es que fuera a propósito… Ni siquiera sé cómo empezó la discusión ahora que lo pienso – comentó pensativa. Desechó la idea y continuó hablando – yo le acabé diciendo que era una gilipollez que dijera que estaba sufriendo tanto como yo porque una cobaya no es más que un animal y que una madre es el ser que te lleva en su vientre y te trae a este mundo, te alimenta con su propio cuerpo y te protege.
        Me da que tu amiga s’enfadó.
        Muchísimo.
        No se pue’e compara’ una mad’e con una mahcota… Pero tú no tenía’ de’echo a machaca’la si sabíah que ehtaba pasá’dolo mal – sacudí la cabeza – d’entrada, no sé po’ qué ehtabais di’cutiendo si erai’ amigah – qué contradictorio.
        Qué sé yo… – se lamentó Annecy – Mi amiga se enfadó tanto que me lanzó una maldición. Dijo que iba a aprender a medir el tamaño de las heridas con mis propios ojos.
        ¿Te ‘ejó ciega?
        No.
        Ah. Eh que suena a eso.
        Pues no.
        ¿Y qué hizo, colega?
        Me maldijo para que cada vez que sufriese emocional o psicológicamente, ese dolor se reflejase con una herida de igual magnitud en mi carne.
        Jode’ – miré de nuevo a Annecy y comprendí que al ver sus heridas y sus cicatrices en la piel estaba leyendo la historia de su vida.

Sentí que mirarla se había convertido en algo muy íntimo y tuve que apartar la vista por respeto.
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Selah Sangrefiera

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MensajeTema: Re: Relato: "Re'thel: Imposible de seguir"   Relato: "Re'thel: Imposible de seguir" I_icon_minitimeJue Jun 19, 2014 2:36 am

Sentí que mirarla se había convertido en algo muy íntimo y tuve que apartar la vista por respeto.
        ¿Sabes? Con el tiempo comprendí que hay cosas que no son importantes, parece que duelen pero sólo son tonterías. Y también he aprendido algo muy importante… Cada persona sufre de un modo distinto. Lo que para mí es absurdo, para otra persona puede significarlo todo. Esa chica era huérfana, sólo tenía a su cobaya para hacerle compañía. Para ella la cobaya no era como una madre. Era una madre, un padre y un hermano. Era toda la familia que conocía.
        Vi’to así…
        Lo sé. Suena absurdo.
        No, suena mu’ cohere’te. ¿No llegó a reve’tirte la ma’dición? Va’e, obviame’te no. ¿Poh qué no lo hizo?
        No pudo. Lo intentó. Y las maldiciones sólo puede deshacerlas quien las crea.
        ‘amos, que no quiso.
        No tengo ni idea.
Annecy y yo nos quedamos un rato en silencio. Me pregunté cómo seríamos todos si nuestro dolor se viese reflejado en nuestra piel. Sin ocultar nuestra tristeza con sonrisas ni fingir que algo nos importa cuando en realidad nos da igual.
Tal vez el mundo fuese mejor.
        Au’ no m’has dicho cómo llega’te al Marjal – dije.
        Ah… Verás, desde ese momento todo empeoró. Me quedé sola con mi padre y comencé a aparecer llena de heridas y moratones. Ventormenta cotilleaba y los rumores que afirmaban que mi padre había matado a mi madre de una paliza y que yo era maltratada por él acabaron en boca de todos. Mi padre se hartó y se largó. Me abandonó. Dijo que yo quería joderle vivo, que esas heridas me las hacía yo solita a propósito.
        Qué bie’ – ladré.
        Me adoptaron, me separaron de quienes me querían, conocí a muchas familias que sólo estaban interesadas en las subvenciones que Ventormenta da a quienes adoptan huérfanos… Creía que todo mejoraría cuando me hiciese mayor de edad.
        Pe’o hace’se mayor de eda’ nunca ca’bia na’a – convine.
        Te equivocas. Cambió las cosas… A peor. Fue la semana pasada cuando hice los dieciocho.
        Y e’ una semana ha’ acaba’o aquí perdi’a.
        Sí.
        ¿De ‘ónde ha’ saca’o el dinero pa’a construi’ tu casa?
        Llevo años trabajando. Tenía todos mis ahorros encima cuando llegué aquí.
        ¿Qué ocurrió?
        Tenía todo tramitado y listo para independizarme el día de mi cumpleaños. Pero me dejé llevar… He estado saliendo con un chico durante el último año, y él decidió regalarme lo que calificó de “pasajes hacia la libertad”. Dijo que era mejor que dejásemos Ventormenta, que no tenía por qué vivir rodeada de las armas que me habían herido… Que empezaríamos nuestra vida juntos. Así que me llené de ilusiones y decidí coger el barco con él. Cogí mis ahorros, ropa, mi título, las últimas cartas que me escribió mi madre antes de morir… No necesitaba más. Le seguí a nuestro camarote, donde nos abrazamos y besamos llorando de felicidad y alivio. Al cabo de un rato, él me dijo que se iba a pasear porque estaba un poco mareado y una hora más tarde me di cuenta de que me había abandonado en la habitación. El barco había zarpado, y el sobre con las cartas de mi madre ya no estaba en mi bolsillo.
        ¿Te lah robó creye’do que eran dine’o?
        ¡Eran mi auténtica fortuna!
        Pe’o lo que él quería e’a el dine’o de verda’.
        Sí.
        Qué hijo de puta.
        Lo sé… – contemplé una de las heridas de su brazo enrojecer y abrirse. Era una herida muy pequeña, pero ahí estaba. Fue algo muy raro, como esos cortes finos que tardan un rato en empezar a sangrar.
        No te imaginas lo que ocurrió después.
        ¿T’echaron del ba’co?
        No. Me echaron del camarote. Los pasajes eran falsos, habíamos entrado de casualidad. Los auténticos propietarios del camarote se asustaron al verme dentro y llamaron a los guardias. No sabía cómo explicarles lo ocurrido, pero por suerte me escucharon y me propusieron llevarme hasta el final del trayecto y pagar los billetes allí tras poner la denuncia de lo ocurrido.
        Qué bie’.
        Pero, claro… Pagué el haber confiado en aquel chico con un montón de heridas y moratones en los brazos y la cara. La gente del barco se asustó. Buscaron a mi agresor, y el estrés y la vergüenza que me produjo la situación hizo que me apareciesen nuevas heridas delante de todos los pasajeros. La gente gritó y se asustó. Creyeron que estábamos siendo atacados por seres invisibles. Se armó un gran revuelo… Finalmente, dedujeron que era a mí a quien atacaban los espíritus, creían que si seguía a bordo del barco todos morirían.
        T’echaron del ba’co.
        Me tiraron por la borda, ¿sabes? – los ojos de Annecy se humedecieron. Tenía que haber sido una situación muy humillante.
        ¿Y llega’te aquí na’ando?
        Más bien llegué arrastrándome. No deseaba confiar en nadie, no deseaba tener sentimientos… Quería protegerme. Quería dejar de llorar. Me desesperaba y la agonía colmaba mi garganta con gritos y llanto que se quedaban dentro por miedo a… A hacerme consciente de la magnitud de mi dolor. Quería… que todo… acabase.
        No soy capa’ de concebi’ a’go así – le dije. Veía todo lo que me había dicho en sus ojos, azules y atormentados. Ignoraba dónde tenía esa joven humana el umbral del dolor, pero fuera donde fuese… No importaba en realidad. Lo que importaba era que estaba asustada porque su maldición multiplicaba incluso el sufrimiento más pequeño. Si alguien la traicionaba, también le traicionaba su propio cuerpo al producirle heridas físicas.
Y, se me ocurrió algo que me dejó sin aliento.
La traición y el robo de su amante sólo le habían supuesto unas pequeñas heridas en los brazos… ¿Cómo se había llenado su espalda de las cicatrices que había mencionado Zillah?
        Annecy, un momento – necesitaba ver si realmente tenía esas cicatrices o si eran invención de la megalómana de mi prima. Incorporé a la muchacha, la senté ante mí y levanté su camiseta.
Contemplé su espalda.
Había grandes cicatrices retorcidas y alargadas. Creo que sumaban tres, pero se entrelazaban en algunos puntos y no supe discernir dónde empezaban ni dónde terminaban.
        ‘ime una cosa – le susurré desde su espalda, aun sujetando su camisa entre mis dedos y sin desear mirar directamente aquellas horribles y profundas cicatrices blancas.
        ¿Sí? – preguntó con un hilo de voz.
        Si quie’ conquihta tu corazó’ con amo’ sólo te causa pequeña’ heridita’ en los b’azos y el rohtro, ¿qué t’han hecho pa’a ma’carte la e’palda con… un látigo?
        No puedo desnudarme más, ahora mismo sólo me queda la piel.
        Sólo e’ curiosidah.
        Lo siento, Re’thel. Hay detalles de los que no quiero hablar porque no deseo recordarlos. Siempre daré gracias por no poder verme la espalda, pues así me ahorro recordar las cosas que más duelen.
        Ehtá bie’ – solté su camiseta y la espalda volvió a quedarle cubierta.
        ¿Sabes? Esta maldición me ha hecho sensible al dolor ajeno. Hay pequeñas mentiras, pequeños detalles absurdos como chistes o bromas pesadas que me dibujan moratones en las piernas. Eso es lo más suave que conozco. Cuando noté que me salían, dejé de lanzárselos a otras personas porque me empecé a preguntar, ¿le hago daño por ocultarle mi sincera opinión a este amigo mío que se ha equivocado? ¿esa broma realmente es graciosa o sólo indago en una herida que él tiene pero que, al contrario que las mías, no es visible?
        E’tiendo lo que ‘ices – asentí.
        Y lo peor es que mis heridas no son importantes, sólo son visibles. Y quien más parece sufrir no es necesariamente quien lo ha pasado peor. Si todos tuviésemos esta maldición, habría personas que serían poco más que un pellejo cicatrizado con una gran sonrisa en algo parecido a los restos de una cara. Y no hay nada más trágico que usar una sonrisa para enmascarar el dolor. Pero también hay cosas espantosas. Hay personas que podrían llorar mares y mares sin tener un solo rasguño. Y sé de buena tinta que los que han sido más profundamente heridos son los que tienen más interés en que su dolor pase desapercibido.
 
Cuando desperté, Annecy se había ido.
Me dejó una nota diciendo que tenía que supervisar la construcción de su casa y que pronto me invitaría a cenar.
Debo decir que comprender el dolor de Annecy, conocer de primera mano sus sentimientos y pensamientos, es lo más íntimo que he hecho con una mujer. Mucho más que cualquier conversación trascendental. Más profundo que hacer el amor.
Sus palabras me habían enseñado muchas más lecciones de las que me había dado cuenta en un primer momento.
Incluso empecé a preguntarme si el desprecio de mi abuela realmente me importaba, y vi con claridad que mi abuela me daba igual. De haber sufrido la maldición de Annecy, habría comprobado que no se trataba de la gran herida pulsante que siempre había creído, sino de un arañazo que, en el peor de los casos, era molesto por su ubicación.
Otro de los puntos importantes que me había mencionado la joven humana durante la noche había sido el tema de las pequeñas mentiras.
Pensaba en ello cuando Zillah entró por la puerta y me saludó en nuestra lengua fumando un cigarro.
        ¡Hola! Uh, qué cara tienes, ¿estás bien? No tienes pinta de haber dormido demasiado – comentó cantarina. Luego tosió.
        Zillah, hay algo que tendría que haberte dicho ya.
        ¿Eh?
        Tus alumnos… Son alumnos. No saben nada, y por eso tú eres la instructora. Debes instruirles tú porque ellos no han recibido formación alguna. ¿Entiendes a qué me refiero?
        Bah, no tienes ni idea – replicó enfadada. Se marchó.
Supongo que no todo el mundo desea escuchar la verdad. Pero eso es lo interesante de todo este asunto; que cada persona es única en su modo de pensar y sentir, pero, por absurda que parezca la causa, cualquier corazón puede romperse.


-FIN-
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